Slow Fashion para hacer más sostenible la industria de la moda
Greenpeace dio a conocer los resultados del estudio Trapos sucios: recarga (Dirty Laundry: Reloaded en inglés) que evidencia que, al ser lavadas, algunas prendas de vestir pertenecientes a grandes marcas como Abercrombie & Fitch, Ralph Lauren o Calvin Klein liberan residuos químicos peligrosos en las redes públicas de agua. Una vez que han entrado a ríos, lagos y mares, estos químicos se descomponen en elementos aún más tóxicos que pueden llegar a provocar trastornos hormonales en las personas al consumirla o entrar en contacto.
Este es sólo uno de los últimos ejemplos de que hay algunas piezas que no encajan en la industria textil a nivel mundial, sobre todo en lo que a las grandes marcas de ropa se refiere. El apelativo de Fast Food aplicado a potentes multinacionales del sector alimentario como McDonald’s o Burguer King también se puede aplicar perfectamente a la ropa. Sobre todo si atendemos a la velocidad con la que se fabrica, los recursos naturales que utiliza, la calidad del trabajo que emplea o las consecuencias que ese modelo consumista produce en nuestro bolsillo.
¿Alguien se cree que comprar pantalones vaqueros a 6 ó 7 euros o 5 camisetas por 3 euros no tiene una consecuencia? Las grandes marcas de ropa se han afanado en los últimos 10 ó 15 años en acelerar los ritmos y ciclos de la ropa hasta unos límites insospechados. Donde antes habían 2 temporadas o 4 a lo sumo, coincidiendo con las cuatro estaciones, marcas como H&M, Zara o Mango pueden llegar a sacar hasta 14 ó 15 colecciones de ropa diferentes al año y son capaces de convertir un diseño en producto en sólo 12 días.
Hay datos reflejados en estudios que hablan por sí solos. Una mujer en el Reino Unido compraba unas 19 prendas al año a finales de los 90, cifra que se ha multiplicado hasta las 34 en 2007… y la cifra va en aumento. La calidad de los materiales es peor y la ropa tiene unos pocos usos antes de ser desechada tras 3 ó 4 lavados. Así el ciclo continúa… y lo que es peor: esa baja calidad tiene una relación causa-efecto con el tipo de industria que promueve, su incidencia social y medioambiental y, por supuesto, con la salud de todos nosotros.
Frente a esa tendencia a la Fast Fashion, existe una corriente contraria que apuesta por tratar de hacer más sostenible la industria de la moda en todos los sentidos, empezando por el agricultor y terminando por las marcas, los distribuidores y, por supuesto, los consumidores. La Slow Fashion, al igual que otras tendencias similares como Slow Food, Slow Travel o Slow Money, aboga por la calidad frente a la velocidad o la cantidad. Se trata de promover que la gente mantenga la ropa más tiempo, elevando los estándares de los materiales y fomentando un correcto lavado o reparación de la ropa para tratar de que duren más.
Algunos principios básicos ligados a la Slow Fashion son el respeto y la conservación de materias primas orgánicas y éticas, así como un intento de preservar las tradiciones y materiales locales, recurriendo también a mano de obra local y evitando la utilización de productos químicos gracias al uso de tintes naturales. Todo esto incluye el empleo de métodos tradicionales concebidos en otro tiempo, en donde no primaba la obsolescencia programada del sistema capitalista. La filosofía del comprar, usar y tirar para retroalimentar el propio sistema sino que, desde la óptica totalmente contraria, lo que se intentaba era que las cosas, en este caso la ropa y los tejidos, aguantasen cuanto más mejor.
Desde Ecomallorca ya hemos hablado sobre ropa ecológica y los materiales textiles más respetuosos bajo la perspectiva de la isla. Precisamente entrevistamos a Jaume Rivera, propietario de Sa Tenda Ecologica y hay otras tiendas en donde se puede encontrar ropa con materiales naturales y estilo artesanal como Eco Punt o las tiendas de la diseñadora Irene Peukes.
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